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La mentira creída por todos menos por el que la dice. Parte 1

  • hemepe2006
  • 18 jun 2016
  • 2 Min. de lectura

En cierta ocasión nuestro Señor Jesucristo llegó a la región de Gergesa. Allí se encontró con dos habitantes de la región que estaban poseídos totalmente por demonios. El libro de Mateo nos dice en el capítulo 8 y el verso 28 que estos habitaban en los sepulcros y que eran “fieros en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.” Estas dos personas habían perdido totalmente su cordura y ya no actuaban ellos sino los demonios que los poseían.

¿Te puedes imaginar la escena? Aquellos que habían sido creados por el Hijo de Dios ahora atormentaban a estos hombres quienes también habían sido creados por él. ¡Qué lucha más terrible se estaba librando en aquellos cuerpos! Ahora y sin que nadie se lo esperase, se aparece el creador de todas aquellas almas. Los hombres, probablemente inconscientes acerca de quién era aquel personaje, permanecen en silencio mientras que los demonios hablan en su lugar.

Estos demonios, quienes en algún momento en la eternidad habían disfrutado al lado de Jesús, lo identifican inmediatamente y temen ante su presencia. “Y he aquí, clamaron diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” Mateo 8:29. Según estos seres, ¿quién era aquel que venía hacia ellos? Era Jesús, el Hijo de Dios. Era el único que se sentaba en el trono con su Padre y el que con amor eterno los había creado.

Por otra parte, ¿cuál fue la reacción de Jesús ante esta triste escena? Por la mente de Jesús debe haber pasado muchas cosas. Imaginemos el momento en la eternidad cuando él mismo había creado a estos demonios. ¡Cuánto amor pudo haber manifestado en su creación! ¡Cuántas veces se sentaron juntos y gozaron de la grata comunión celestial! ¿Qué acción tomaría ahora ante este dramático caso?

Los demonios rogaron a Jesús que los dejara ir a un hato de cerdos que se encontraba cerca y el Hijo de Dios, con una angustia terrible en el corazón, les concedió el permiso. Imaginemos ahora el corazón del Padre. En él existe una agonía aún más incomprensible ya que no solamente está en juego los demonios y los hombres, sino también la angustia de ver a su Hijo frente aquella dolorosa escena. ¡Cuánto dolor y cuánto amor que el mundo no podrá jamás contar! Que ese amor manifestado transforme tu corazón. ¡Amén!


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